Y por si fuera poco, Munster también vaticina que el televisor de Apple será anunciado este año y ‘congelará el mercado durante cinco meses’. Como es natural, el diseño será atrevido: ‘sólo una lámina de cristal, sin marcos ni bordes’.
Comencemos reconociendo el poder de los deseos y la reputación de la empresa. ¿No sería magnífico que hubiera por fin un televisor bien hecho? Un equipo diseñado por Jony Ive, un interfaz de usuario depurado, sin la fealdad y la complejidad que nos imponen los operadores (de cable y de satélite) y los fabricantes de decodificadores (Motorola, General Instruments), basado en iOS, controlado mediante Siri, alimentado por un iTunes y una App Store completamente remodelados…
Apple sigue abriéndose paso en mercados ya existentes que no inventó -reproductores MP3, smartphones, tabletas- y llevándose una gran parte del negocio. Lo consigue repensando hábilmente el dispositivo, tanto por dentro como por fuera. Con el iPod, el iPhone y el iPad, Apple ofreció unos formatos atractivos, elegantes y coherentes… pero no sólo eso: también aportó nuevos ecosistemas. El proceso comenzó con iTunes (vender las canciones por separado y mediante micropagos), obteniendo unos cimientos depurados que hicieron del iPhone el primer ‘aplífono’ y abrieron camino al iPad.
¿Por qué no podría hacer Apple algo parecido con su hipotético televisor? ¿O se trata sólo de una encantadora fantasía?
La experiencia televisiva actual dista mucho de ser mágica. Hace unas semanas compré un televisor LG Smart 3D de 47 pulgadas en las rebajas pos-navideñas de Fry’s. Por 990 dólares, un televisor fino, fácil de instalar y conectado a Internet parecía una buena idea.